A Propósito de Charlie Kirk


 En una sociedad verdaderamente libre, las discrepancias políticas deben resolverse con ideas, argumentos y palabras. Ese es, y no otro, el sentido profundo de la libertad de expresión: un pilar esencial de toda democracia sana. Pero conviene recordar que no se trata simplemente de “tolerar” lo que el otro dice; se trata, sobre todo, de respetar su derecho a expresarlo, e incluso de defenderlo con firmeza cuando corre peligro, aunque sus ideas nos resulten incómodas o radicalmente opuestas a las nuestras.


El día en que ese principio deje de estar vigente —y no son pocas las fuerzas que parecen empujarnos en esa dirección— estaremos abriendo la puerta al abismo del totalitarismo. Porque perder la libertad de expresión no es un matiz secundario: es perder la libertad misma. Y ese, con todas sus letras, es el verdadero rostro del fascismo.


El atroz asesinato de Charlie Kirk ha vuelto a poner en evidencia hasta qué punto estamos jugando con fuego. No solo por el crimen en sí, que ya resulta insoportable en cualquier sociedad civilizada, sino también por las reacciones posteriores. Las redes sociales se han llenado de comentarios que van desde la indiferencia hasta la celebración abierta del asesinato, algo tan nauseabundo como alarmante. Más grave aún: determinados personajes públicos se han atrevido a justificar la violencia recurriendo a falsedades atribuidas a la víctima, lo que supone un ataque directo a la verdad y al mínimo sentido de justicia.


En España conocemos demasiado bien esta deriva. Durante décadas sufrimos el intento de algunos de imponer su opinión a golpe de balas, bombas y amenazas. Sabemos lo que significa vivir bajo la sombra del miedo y el chantaje ideológico. Por eso resulta tan inquietante comprobar que aún persisten los ecos de aquel tiempo oscuro, disfrazados ahora de supuesta superioridad moral o de justificaciones políticas.


En días como estos cobra renovada relevancia recordar la célebre frase atribuida a Voltaire —aunque en realidad fue escrita por Evelyn Beatrice Hall—:

«Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo».


Esa es la esencia de la libertad: aceptar la pluralidad, incluso cuando resulta incómoda. Porque sin libertad de expresión no hay democracia, solo silencio impuesto.


Descanse en paz, Charlie Kirk. Que su memoria nos recuerde lo frágil que es la libertad cuando dejamos de defenderla.

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